El agua sube a empujones en el sector La Gloria de Puerto La Cruz

Con bombas hidráulicas succionan el vital líquido los habitantes de esta céntrica barriada porteña que viven un calvario de necesidades

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Texto y fotos: Alexis Castillo

Los malandros imponen su ley, las cloacas se rebosan e infectan todo a su paso, la necesidad de una vivienda digna es  un clamor, pero el agua es un recurso que sueñan tener las 24 horas los habitantes del sector La Gloria, sobre todo los que habitan en el cerro, donde abundan los ranchos, las casas de las familias más humildes de esta populosa comunidad ubicada en Puerto La Cruz, municipio Juan Antonio Sotillo.

Hace dos años atrás, todos los moradores contaban con un suministro diario, constante, seguro, pero al dañarse la bomba hidráulica principal todo cambió. “Debido a este problema la solución de las autoridades fue la de conectar el sistema de impulsión desde la estación de bombeo que funciona en el parque Andrés Eloy Blanco. Está instalación está activa por 5 horas, está apagada 2 y continúa luego su ciclo”, explicó Steven Salazar, un vecino.

“Ya hemos perdido la cuenta de las veces que nos hemos quejado y planteado esto a Hidrocaribe”, afirmó Isaías Marín, el vocero de Agua del Consejo Comunal de esta barriada porteña. “Los más afectados son los que viven en la parte alta, porque han debido comprarse sus propias bombas y turnarse para encenderlas”, acotó delante de otros habitantes que sienten tanta o más malestar que él por este problema que palpita al ritmo del sinsabor.

“Ya hemos perdido la cuenta de las veces que nos hemos quejado…”

En La Gloria conviven más de 206 familias en un aproximado de 188 casas, porque estas cantidades corresponden al censo comunal realizado en 2010. Es una zona que ha ido transformándose con los años en un vecindario. En la parte baja están las casas de bloque y cemento, es otro panorama. Basta con caminar cerro arriba y observar una galería de viviendas hechas de láminas de zinc, situadas en terrenos que tambalean al menor aguacero.

Desde la entrada a la parte alta se aprecia una larga hilera de tubos de plástico azul que transportan el agua succionada por las bombas eléctricas que cada familia adquirió. Hay derrames de arriba abajo, el ruido de las máquinas propulsoras que están encendidas desde la mañana es permanente en el lugar.

La realidad cotidiana es que obtienen el vital líquido cada tres días de la semana entre 8:00 am y 12:00 pm, posteriormente de 6:00 pm a 8:00 de la noche.

El albañil Vladimir Córdova, de 47 años, considera que llegará es injusto que una comunidad tan antigua y poblada permanezca en esta condición por la falta de acción de los gobernantes.

Sin embargo, lo ataja Morela  Rodríguez, una señora morena que nació en La Gloria y es la vocera de Bienestar Social del Consejo Comunal: “Nos han prometido un cambio y es por ello que seguimos organizándonos para conseguir soluciones”.

 “Aquí también vivimos encerrados”

Informa que desde octubre del año 2011 están trabajando en la creación de la Unidad Técnica de Transformación de Barrios (UTC), en la que se agruparán 18 sectores, entre los cuales, está La Gloria.

“Nos han prometido un primer desembolso de recursos de 5 mil bolívares que permitirán el financiamiento de un conjunto de proyectos que beneficiarán a más de 5 mil familias”.

Cuando formula este anuncio los ojos le brillan a Rodríguez, su verbo fluye con el de una predicadora, está persuadida y se esfuerza en incubarnos tal convencimiento. “La UTC ha sido planteada desde Miraflores como un estímulo a la coordinación del poder popular que servirá a la hora de dar respuesta a temas vitales en el barrio como el agua, la construcción de muros de contención, electrificación, vivienda, entre otros”, dice.

Al preguntarle sobre otros dilemas vecinales, responde sin vacilación. -¿Esta canal que cruza el sector cerro abajo se convierte en un río cuando llueve? Ella contesta: Esto se transforma en una quebrada mijo. Nos explica que piedras, basura y agua se desparraman caudalosamente en tiempos de invierno.

“Aquí también vivimos encerrados”, expresa Elineth Millán, una mujer de 34 años, madre y esposa que reside en una casa mejor edificada y cómoda. “Esto no es vida, ya a las 6:00 de la tarde no salgo más, tampoco dejo que salga mi hijo”, añade.

Nadie identifica a un azote, no hay bandas delictivas que apuntar con el dedo. “Los malandros vienen de otros barrios”, es lo que señalan moradores como Millán.

“Es difícil vivir en el cerro”.

–¿Sientes miedo?, insisto en preguntar–. “Es difícil vivir en el cerro. Uno sale al mercado, a la escuela, a hacer una diligencia y de regreso sientes miedo de subir”, relata sentada en la antesala de su vivienda enrejada. A otro lado, en un techo de platabanda nos vigila un perro  inmenso de aspecto temible.

Yaritza Rodríguez tiene 46 años de edad y 23 habitando en el área más encumbrada. “La inseguridad se ha hecho más intensa desde hace dos años para acá, hemos ido a Polisotillo y nada”, sostiene y aprovecha para solicitar la construcción de escaleras a las autoridades. Los caminos de acceso que existen son de piedra.

En un rancho está Sobeida Brito y sus hijos. Lleva 13 años en el sector. El terreno donde está asentada su casa es susceptible de desmoronamiento. “Protección Civil ha venido al lugar y han informado que tenemos que salir, pero nunca dicen dónde piensan reubicarnos”.

Lo mismo dice Inés Zorrilla, quien denuncia que el terreno del patio de su hogar se está deshaciendo lentamente y lo peor es que si llegara a derrumbarse más afectará a una familia ubicada unos metros abajo. “Por aquí esperamos soluciones, cuándo llegarán, ojalá algún día”.

Las moscas hacen fiesta con basura en Las Charas de Puerto La Cruz

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Redacción y fotos: Alexis Castillo @alexisnoticia

Llegar a Las Charas es posible yendo en dirección a la zona alta de Puerto La Cruz, municipio Sotillo. En esta misma vía, se llega a otros barrios populares, súper poblados y repletos de gente humilde como La Caraqueña, Las Delicias o Bello Monte.

Se cruzan caminos que se asemejan a laberintos culebreros. Ir hasta Las Charas es confirmar la estampa de nuestro mestizaje fundida en los afrodescendientes, en la sangre indígena, en la estirpe blanca. Esta zona y sus periferias son un microcosmos que encierra un pueblo despierto, dicharachero, laborioso y necesitado más que de cosas materiales, de guía y mayores valores para la vida.

Antes de subir el cerro que aloja a miles de familias, caminamos por la calle Ayacucho. Nos detenemos en la quebrada que surca esta barriada porteña desde lo más alto. La basura colma el cauce, las moscas revolotean y danzan sobre bolsas apiladas. Por montones hacen un festín aupadas por los olores nauseabundos. Compiten por las sobras y los desperdicios los perros hambrientos, a lo lejos un hombre hurga en el reguero de escombros y suciedad.

El paisaje se convierte en insumo para la queja entre Robin Rodríguez y Omar Rodríguez, voceros del Consejo Comunal Ayacucho. Ambos responsabilizan a las autoridades municipales de tal condición por las fallas en la recolección diaria de los desechos.

“Todos tenemos el compromiso de colaborar con el saneamiento”

Tampoco rehúyen al cuestionamiento por la falta de colaboración de los propios habitantes, del interés de todos porque la limpieza sea un hecho concreto por encima de cualquier falta.

“Ciertamente todos tenemos el compromiso de colaborar con el saneamiento”, admite Robin Rodríguez, quien sirve de guía hasta otras áreas de la quebrada y a medida que vamos escalando hacia la parte alta de Las Charas se hace triste, molesto y abrumador ver tanta basura.

Consultado Alejandro Millán, vicepresidente de la Corporación de Saneamiento Ambiental de la alcaldía de Sotillo (Coservas), responde este ente cumple con un trabajo incesante en estos sectores, “pero recogemos la basura en la mañana y a la media hora personas inconcientes vuelven a colocar desperdicios”.

 

“Esto es un basurero porque nadie coopera”

Odilia de Cordero es una mujer de 70 años, afirma tener más de 30 años como moradora en Las Charas. “Esto es un basurero porque nadie coopera, parece que no les importa a algunas personas las moscas, el riesgo que tiene esto cuando se llueve”.

Cordero aboga además porque el barrio tenga mejor alumbrado público, por cuanto “en horas de la noche esto es oscurísimo. Algunos de los bombillos los tenemos que comprar los vecinos”. Su solicitud surge porque hay que andarse con cuidado en horas nocturnas, tanto como en horas tempranas del día en el que mucha gente sale o regresa de trabajar.

Tomamos rumbo a El Tanque que está más arriba y allí nos encontramos con Mayra Villael y Valmore Rodríguez, voceros del Consejo Comunal El Tanque, quienes aspiran contar con apoyo gubernamental en la consolidación de la promesa de casas a familias que viven en terrenos inestables.

El Tanque es encumbrado y cerro arriba hay una estela de ranchos, casas humildes que no aguantan una ventisca huracanada, un soplido con lluvia torrencial combinada. Villael es explica que el agua llega por tuberías, aunque los que están en partes más altas deben comprar sus bombas hidráulicas que impulsan con fuerza el vital líquido. Hay quienes se surten en envases y suben cargados.

“Nos hace falta mayor respaldo oficial, porque proyectos para la comunidad tenemos”, dice enfática Villael y la secunda Rodríguez, quien considera que la participación vecinal debe ser más notoria, más animosa.

“Las calles ameritan de la fiesta del asfalto, pero antes deben reparar los botes de agua”, agrega Rodríguez, y señala con su dedo índice un hueco rebosante de agua potable. “Fíjese que esto deteriora, pero aquí esperamos a que Hidrocaribe la repare”.

Sobre la seguridad en el barrio nadie comenta mayor cosa, sólo expresan que las cosas por el lugar son tranquilas, sin dejar de admitir que puede darse un caso de delincuentes merodeando, de peleas intermitentes, de alguna situación anormal, “pero nada grave, por acá la gente es muy sana”, señaló Luisa Rodríguez, una vecina a quien consultamos al azar por la calle principal.

“Las calles ameritan de la fiesta del asfalto”

Voceros de los Consejos Comunales de El Tanque y Ayacucho coincidieron en un clamor: reubicación para las familias que tienen viviendas ubicadas en los bordes de la quebrada de Las Charas.

El suelo de los patios de estas casas experimenta un desgaste progresivo. Elena López, lleva diez años con sus hijos en este lugar y solicita al alcalde Stalin Fuentes ayuda. “Claro que es atemorizante vivir sabiendo que esto está derrumbándose, pero no tengo otra casa ni a donde ir”.

Es una realidad que impacta y debe generar una respuesta por parte de las autoridades que manejan una evaluación de estas circunstancias por Protección Civil. Son diferentes las aspiraciones comunales, múltiples las tareas a resolver, basta visitar Las Charas, escuchar e ir de la mano con sus dolientes.

La Resistencia es una canción triste

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Redacción y fotos: Alexis Castillo @alexisnoticia

La calle principal del barrio La Resistencia es una vía alfombrada en tierra y piedra, la escenografía perfecta de una canción triste, un camino de polvo alborotado por remolinos de viento que surgen como imágenes fantasmales, aplacados a ratos por el agua esparcida por algunos habitantes.

Recorrer este sector permite divisar una estela de familias humildes, regadas en una comunidad que cruje con el ardiente sol oriental, sedienta de organización, de amor propio y ayuda gubernamental. Este lugar es la antítesis del paraíso, el refugio de quienes con poco luchan contra la adversidad.

Es uno de los barrios pobres de Barcelona, capital del estado Anzoátegui, un región turística y petrolera. La Resistencia ha cobijado a más gente a lo largo de los años, seres humanos con sueños, esperanzas, necesidad de casa propia, a quienes no les quedó más remedio que levantar un rancho hecho de láminas de zinc, madera y otros materiales a la espera de mejores­­­­ condiciones de vida.

Ha crecido al lado de las­­­­ riberas del caudaloso río Neverí, por el que  muchas familias adicionalmente sufren con cada crecida en tiempo de lluvia, un afluente útil para la proliferación de insectos, roedores, es sitio de descarga de las aguas residuales, es un manantial de vida y problemas.

A pocos metros está ubicada la zona industrial Los Montones, tal vez, surgió la Resistencia por el fulgor que despertó hace años este condominio empresarial. Hoy, mermada la actividad y abandonados muchos de los galpones, suspira un pasado con ajetreo de obreros y maquinaria.

La calle principal del barrio La Resistencia es una vía alfombrada en tierra y piedra

Hay que escuchar a Carmen Rodríguez, habitante de esta popular comunidad, explica que en tantos años ha habido ofrecimientos que siguen sin cumplirse. “Nos ofrecieron la sustitución de ranchos por casas y la electrificación en la calle La Bolivariana. Pasan los años y seguimos esperando”. Martínez puntualiza que cuentan con Consejo Comunal, “pero no nos dan respuestas a los planteamientos”.

A Carmen Luisa González, una abuela de 70 años de edad, no le intimidan las dificultades. “Aquí he vivido por más de 30 años, ningún camión viene a recoger la basura, así que la quemamos. No hay cloacas, pero con nuestro propio dinero hemos hecho las redes. Tenemos lo que tenemos por nuestra fuerza y trabajo”.

Mirian Rojas, Rosalbis Tenorio y Tibisay Sifontes aspiran que la mirada de los gobernantes se enfoque en el barrio, no es una súplica advierten.  “Es el derecho que tenemos como habitantes a recibir beneficios del gobierno”, resuelve Tenorio.

“Aquí hay terrenos con capacidad para construir casas dignas para muchos que todavía viven en ranchos, para todos los que necesitamos un mejor vivir”, expresó Sifontes, quien nos señala una inmensa parcela de tierra que “la vez que consultamos a la alcaldía su posible utilización para el pueblo, llegaron y desmalezaron, compactaron y cercaron. Nadie respondió nuevamente sobre el terreno”.

Las hectáreas que miran con interés en La Resistencia es tan amplia como un campo de fútbol, ciertamente está desmalezada, aplanada y protegida por muros de concreto. Los vecinos también hacen un llamado por espacios que permanecen abandonados, como dos construcciones que habían sido pensadas para industrias. Se observa sólo el esqueleto metálico dentro de muros de concreto.

 

“Aquí hay terrenos con capacidad para construir casas dignas”

Durante el recorrido hubo que ir hasta la vivienda de Carmen Luisa de Figuera, una muchacha de no más de 24 años, madre de cinco hijos pequeños, habita en un rancho. Nos invita a pasar y el asombro estalla al ver su realidad de pobreza abrumadora.

En esta casa cría a sus niños y duermen en colchones desnudos, con los resortes y la goma espuma expuestos, son camas marrones de tanto polvo. Hay dos cuartos en este rancho, sólo uno tiene puerta y está estampada de mensajes, números y frases. Es en este reguero de escritos donde Carmen tiene anotado los dos números de teléfono de su marido.

Su hogar está por debajo del nivel del cauce del río, también de una laguna de aguas negras que está justo atrás. “Cuando llueve el agua se mete en la casa. Lo que pido es que nos ayude el gobierno a tener una casa digna”, expresa triste y se le escapan el llanto.

Es una situación difícil, pero ella afirma que allí vive hasta que pueda contar con otra posibilidad. “A dónde voy, aquí permanecemos, mi marido trabaja en cualquier oficio para la comida diaria”.

Golpea duro la precariedad de esta mujer, pero nos comentan los vecinos que son testigos de este drama que hay otros en igual o peor circunstancia. Nos retiramos dejando atrás a esta mujer con su realidad conmovedora.

Partimos en busca de más verdades, y nos cuentan los habitantes que cada período de invierno fuerte el sitio es un lodazal. “Como ninguna calle está asfaltada se hace difícil transitar por el barro que se forma, además, el agua se empoza y como puede cada quien saca lo que le toca, abrimos zanjas, intentamos que no se nos inunde todo, pero todo se inunda al final”, señaló Carmen Martínez.

 

No hay drenajes, todo se inunda

La última vez que las calles desaparecieron y hubo más de una vivienda bajo el agua acumulada fue en septiembre de 2012. Familias de la Resistencia, Los Montones y El Muro vieron anegadas sus casas. Es un panorama que se repetirá probablemente, pues persisten las mismas condiciones que años antes.

La escuela más próxima está a unos 20 minutos, y cerca hay un dispensario que está abierto al público hasta las 12:00pm. Los vecinos refieren que necesitan mayor dotación, un horario de esta instalación de salud a tiempo completo.

Al preguntar por la seguridad, concuerdan que es visible el patrullaje de la Policía Nacional Bolivariana, pero que igual  hay temor a salir a altas horas de la noche. Existe en el sector un área delimitada para una cancha, pero la Alcaldía de Barcelona sólo aportó recursos y se hizo un piso.

Este espacio carece de cercado, techado, estructuras para practicar algún deporte como fútbol o baloncesto. Es utilizable en horas del día, porque en las noches no cuenta con alumbrado.

Se hace imperativo que los jóvenes, los niños niñas y adultos tengan un sitio para el deporte, sería un antídoto a tanta violencia social, un freno a la delincuencia, el flagelo de las drogas. Es más que un clamor, un asunto obligado que debe ser atendido por las autoridades, como tantos otros problemas que se reproducen en La Resistencia.