Una cola de cuentos en Bicentenario

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Texto y fotos: Alexis Castillo @alexisnoticia

Una cola abultada de gente ávida de comprar barato es la imagen común  en las afueras del Gran Abasto Bicentenario, ubicado en  la avenida Jorge Rodríguez (Intercomunal) ocupado y expropiado en 2010. Hoy parte de la red de distribución de alimentos del gobierno nacional.

Sucede sólo en la mañana y hay que formarse en fila con la meta de comprar alimentos regulados e incluso es un requisito para acceder al cajero del banco. La espera se prolonga dependiendo de la extensión de la fila, del aguante bajo un sol que conforme pasan las horas se hace abrazador.

En el pasado lo usual era entrar sin esperar turno. Los tumultos, desordenes, y cantidades limitadas de productos regulados han obligado a imponer este sistema de compra. La escena es reiterada, como tantas a la que siguen los venezolanos resistiéndose a acostumbrarse.

Conseguir lo escaso

“¿Qué más queda hijo?, contesta la abuela Omaira Zabala, quien vive en el sector Mesones en Barcelona, sector humilde de la capital anzoatiguense. “Si no es así, no hay manera de comprar. Ir al mercado resulta costosísimo. Al menos aquí el pollo y la carne salen baratos”, recrimina.

Son las 10:35 am y es larga la cola. “Tengo dos horas desde que llegué, pero ha habido días en los que me vengo  a las 7:00 de la mañana con tal de salir temprano”, añade. Como Zabala otras mujeres están en la fila. Llevan niños, paraguas, usan gorras y lentes de sol, toman bebidas refrescantes y los heladores venden fijo porque el calor dispara la sed.

“Vine a comprar otras cosas, no carne o pollo, pero me encuentro que igual hay que hacer esta cola”, se lamenta Esperanza Flores, vistiendo de cristiana evangélica. Es robusta, de piel blanca y rostro redondo con grandes ojos. “Esto es peor cuando llegan los productos regulados.”, acota, mientras camina unos pasos adelante.

Quienes la escuchan también comentan. “Aquí consigo la harina pan en siete bolívares, por eso vengo”, le escucho a Gabriela Villarroel, habitante de Puerto La Cruz. “Me aguanto esta cola así no sepa qué venderán”, suelta entre risas.

“No me gusta pasar el día aquí, pero a esto nos acostumbran”, advierte María Indriago, residente del barrio Los Estudiantes en la Vía Alterna, quien es más resuelta al hablar.

“La última vez que vendieron aires acondicionados, televisores y neveras hice una cola dos días”, contó Omaira Parucho y siente que vivió toda una hazaña. “Bueno, me tocó dormir prácticamente aquí en la cola, pero lo compré”, recordó y todos a su alrededor nos reímos.

Cuentos y hazañas

Estimo que hay unas 100 personas en la cola de la mañana del lunes en Bicentenario. Hay un gentío afuera y dentro del comercio. Quienes van pasando al interior, deben esperar sentados bajo dos toldos color rojo instalados en el área de estacionamiento. Allí mismo está una unidad de la Policía de Anzoátegui. Hay orden.

El chofer Eduardo López, argumenta que “así llevamos meses, al menos no se forman los alborotos por lo que nadie compraba”. Sobre la presencia de revendedores, buhoneros o acaparadores añade Humberto Guarache: “Es posible, pero no es fácil detectarlos”. Su mujer nos mira y asiente con la cabeza varías veces validando sus palabras. “Ni que tuvieran una marca, los famosos bachaqueros no andan pavoneándose”, concluye.

Le pregunto a una señora que no desea dar su nombre si hace cola una vez o varias. “Las veces que se necesite o se pueda comprar. Aquí te venden limitado por persona, pero te lo venden, cuando se acaba regresas”, me responde tímida.

– ¿No le impide hacer otras actividades?_interrogo a Eloina Castro, moradora de Tronconal IV en Barcelona.

– ¿Y qué hago? ¿Tengo opción si en otro lado no venden la comida que necesita el pueblo? Es a lo que nos han llevado

El ánimo general no es de agrado a la idea de hacer cola, pero la resignación es imperativa.

Otra es la historia por las tardes. El acceso al Bicentenario es de puerta abierta a todo público. La normalidad le recibe. Pasando la puerta principal y al lado derecho el comprador encuentra la oferta de electrodomésticos. Por ahora, no hay televisores, neveras o aires acondicionados, pero hay lavadoras de 6.5 kilos, equipos de sonido, hornos o vaporizadoras eléctricos. No faltan clientes preguntando precios.

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